Hace exactamente una semana que volví de Madrid, donde conseguí escaparme casi durante diez días. La visita a casa, a la familia, a los amigos, siempre es necesaria y maravillosa, pero no solamente eso. Madrid es, ahora que vivo lejos, un respiro enorme, y un lugar en el que cada vez que voy aprovecho cada momento al máximo, para visitar mi lugares favoritos, o renovar adquisiciones, sobre todo literarias.
Nunca he hablado de los problemas de las diferencias lingüísticas a la hora de escribir, dar clase, e incluso hablar en la vida cotidiana. Esto de vivir en un país extranjero supone muchos pequeños inconvenientes que, en la práctica, son el pan nuestro de cada día. Por esa razón, cada vez que bajo a casa trato de cargar la maleta de libros, películas y otros materiales de los que poder servirme el tiempo que tarde en volver. Además, comprar libros por internet me desespera, me gusta hablar con los libreros de siempre, pedirles consejo, y que algunas de las acciones cotidianas sigan siendo aún rituales familiares, aunque del tema de las librerías madrileñas hablaré en otra ocasión próximamente.
En diez días he aprovechado, sobre todo, para estar con la familia y los amigos, para volver al pueblo, para rescatar algunas compras de libros que quería desde hacía tiempo, películas, series, pero sobre todo para disfrutar de aquéllo que antes siempre hacía y que ahora echo tanto de menos: dejarme caer por algún recital de poesía, saludar a antiguos amigos y perderme por las calles de Lavapiés. Aquí os dejo algunas fotos.
Escapada a Toledo.
El más puro Lavapiés.
Viajar en tren, llegar a España.
Día soleado desde La Fugitiva.
Presentación del libro de autor "Lapidario Incompleto", de Antonio Gamoneda con ilustraciones de Juan Carlos Mestre, en el Centro de Arte Moderno, en la calle Galileo.
Quiosco de la plaza de Lavapiés.
Caramelos Paco.