Violeta se
estaba poniendo negra; caminaba
con la
mirada gris, y barruntaba
que la
vida no tenía color de rosa,
que el
príncipe azul no sería
jamás su
otra media naranja, sino más bien un pobre viejo verde
que hace
algún tiempo nos dejó sin blanca,
y no era más
que un paria con corona
que cazaba
elefantes en Botsuana:
Que menudo
marrón la aristocracia.
Que al fin y
al cabo ella era una roja,
que ya no
leía prensa amarilla
porque no
soportaba
tantos
elogios a la monarquía
Y que hoy le
sacaban los colores
los
desperfectos de su democracia.