miércoles, 18 de febrero de 2015

Pliegues, repliegues, recovecos, etcétera.




Correr a la aventura detrás de la palabra, pero ¿dónde? salir en mitad de la tarde, después de la colada tendida a la sombra de un pequeño espacio. Lanzarme al exterior pero seguir dentro; dónde la aventura, dónde el riesgo, ¿dónde la soledad y la megalópolis? Rebusco entre los olores de algunos comercios y me cierran los cafés. Solamente resulta esta construcción desde el mar, desde los libros, desde el cine, desde la gente. Pero qué hacer en un epicentro tan pequeño, dónde ese fresco abismo que antes no necesitaba perseguir. Ahora es calma, la grieta es interior, la revolución es íntima, tranquila, solitaria. 
Dónde la palabra ahora, ante tanta cotidianidad. No escribir ya más nunca aquéllo que como. No comer nunca más, ni fotografiar nunca más lo diario. Solamente vino, café, literatura. Películas, novelas, poemas que dibujan vertiginosas mujeres, torrencialmente vivas, palpitando en cuerpo, neumáticos, tequila, verbo, Pero no silencio. No a la ropa tendida junto al fuego. No a la rutina intransitable, agresiva, ruda. Dónde la juventud. No al punto y final, no al perfeccionamiento de la métrica. Anoto mentalmente: no olvidar edificar el huracán. Yo canto hoy a la torpeza, al cabello enredado, al rostro limpio, libre de maquillajes. Esto es abrir una ventana, es una débil voz que camina diminuta entre el lenguaje cifrado de la publicidad, es querer saltar al oleaje, amanecer, poner fin, decir basta, ser mujer precipicio.