Como muchos lectores, algunas veces,
antes de comprar un libro, a no ser que sea de alguien que ya conozco, busco en
internet reseñas, comentarios, información sobre esa publicación. A menudo se
tratan de libros que, a pesar de ser de poesía, -y digo esto por su menor
número de lectores- no dejan indiferentes a la blogosfera.
Y justamente por esta razón, porque ancha es la blogosfera y hay buenísimos
poetas y publicaciones, desde hace algunas semanas me hago una pregunta: ¿por
qué extraña razón apenas hay reseñas de los libros de Cristian Piné, uno de los
poetas, a mi parecer, más brillantes de los últimos tiempos? Personalmente
confesaré que es una de las pocas lecturas que me abren las puertas hacia
lugares más allá del lenguaje que conocemos. Sus escritos son una especie de
revelación. Para el que no conozca a Cristian, ya va siendo hora. Es un poeta
imprescindible en el panorama de la literatura en español que no podemos pasar
por alto por más tiempo. Por eso, no tardaré en responder a la pregunta que me
hice al principio del párrafo: creo que reseñar a Piné es de lo más difícil que
he hecho en este blog. Antes de nada, pediré perdón al autor por los errores, o
lecturas imperfectas que haya podido hacer de su texto. El problema es que la
poesía de Cristian es como una enorme incógnita que hay que intentar descifrar
poco a poco para conseguir entrar en el juego de significantes y significados.
Y aquí va mi propuesta sin pretensiones: una posible mirada a su poesía.
Pues bien, si ya en Mecánica del Canto Cristian nos dejaba
boquiabiertos poniendo patas arriba los andamiajes mismos del lenguaje, dos
años después, gracias a la fantástica iniciativa “1000 Books by 1000 Poets” de
89 Plus y la LUMA Fondation llamada “Poetry will be made by all”, podemos
disfrutar de un pequeño almanaque de poemas de Piné, titulados, esta vez, “Al
Envés de la Voz”.
En este libro, Piné nos aúna temas
esenciales de la poesía. Siete palabras dividen sus siete epígrafes en los que
el autor ordena sus pensamientos en torno a la palabra misma. Sí, porque si
tuviese que definir con una palabra el tema del poemario, diría: palabra.
Cualquiera que haya leído a Piné dirá:
bueno, pero éste es el tema
principal de la poesía de Cristian. Y tendría razón. Pero a diferencia de
Mecánica del Canto (del que ya hablé aquí), su primer libro, donde el autor estaba más interesado en jugar
con el funcionamiento interno del lenguaje, aquí vemos un interés mayor por la
importancia del tono, y una mirada hacia la construcción misma del discurso.
Enigmático, inquietante, difícil y grandiosamente perturbador, la selección de
poemas de Piné desmenuza todos los pormenores del lenguaje para ofrecérselos al
lector en forma de gran pregunta. Para ello, nos divide el discurso en siete
partes.
La primera, (“Voz”) nos plantea una posible definición implícita de lenguaje: el
lenguaje es palabra en movimiento. Es el andamiaje del mundo. (“En medio de este baile estrafalario se
desploman / y es tan difícil decir en voz alta / que debajo de la tierra está
el silencio”). Cristian presenta la palabra como un arma de doble filo: puede ser parasitaria, demagógica, devorar el templo,
remplazarlo con intenciones de poder que se encuentran al envés de su
apariencia primera, o por el contrario, destruir esa demagogia con pedagogía,
remplazar el templo, hacerlo humano. La pregunta a lo largo de estos poemas es
la siguiente: en tiempos de crisis (crisis de fe, de promesas incumplidas,
crisis de grandilocuencia), donde la palabra ha sido tan denostada, ¿qué
esperar de la voz?
(“Se
avecina un cielo de cicuta / (…) / que nadie te encuentre / sentado en las
aristas del relámpago”). –Entonces yo pienso en Mestre, cuando decía, que
hay que tener cuidado con el uso la palabra, que no hay que vejarla.- Si la
idea es la divinidad, o lo sacro, y es la palabra lo que más se aproxima a esta
idea, ¿Cómo puede el hombre reconquistar
su propia voz?
Es aquí donde Piné pone las cartas sobre
la mesa, y en su epígrafe “Obstáculo” expone los impedimentos para que este
fluir se desarrolle con naturalidad. No es otra que la propia mezquindad del
hombre la que impide a éste elevarse hacia la palabra. Pero también hay
humanidad en el hombre, y poesía superviviente. Pero el conjunto de individuos
ha perdido la percepción, pues hoy la fe la identificamos con un lenguaje
demasiado conocido, y con ello juegan sus versos (“Dios resucitado”, “viejas quemaduras”, “ruinas”…). El hombre enfoca
mal esta falta de percepción. La fe es un esqueleto antiguo, es Historia, y hay
que renovarla. El esqueleto de la fe es el lenguaje, y por ahí hay que empezar
a construir un cuerpo.
En “Medida”
es el número el lenguaje. Piné busca una unidad en este mundo donde la
fragmentación existe en todos los campos de la vida. Utiliza el lenguaje bíblico, profético, de las
Sagradas Escrituras para hablar de la unidad,
pues Cristian busca aquello que aún sea indivisible, infragmentable, el Uno. Y
dentro de esta búsqueda, un hallazgo: la sílaba. La sílaba es la profeta de la
palabra, el matiz necesario que perfila la realidad y la da nombre. La sílaba es la memoria de la
realidad.
En este epígrafe Piné habla también de
la mesura del tiempo. La sociedad
espera que los individuos, en medio de esta rapidez de nuestra vida actual, “crucifiquemos
nuestra voz”, que la velocidad nos arrastre hasta perder la palabra, y, así, perdamos
además la capacidad de nombrar una noción de nosotros mismos. Pero por esa
misma razón, la palabra resiste, y es velocidad y movimiento. El mundo, tal y como
lo conocemos, es incierto. Tanto dioses, como ciencia son lenguaje.
Pero hablemos de los problemas del ser:
en “Generación” Cristian se pregunta
cuáles son los problemas prácticos del hombre. La respuesta puede ser múltiple:
desorientación, pérdida, simpleza… pero proféticamente Piné alcanza a adivinar
los comportamientos de esta “generación”, y también los impulsa, con su palabra
quiere despertar un genio, un carácter, una reacción inmediata, un movimiento: Cristian invita al hombre a
mantener un contacto real con sus iguales, y a mantener el lenguaje como plenitud. (“El
cerebro dispone demasiado cerca / los dos mundos: papel y plenitud, levedad / y
filo, látigo y caricia con la mano áspera”).
Destapado el problema de la
comunicación, surge la incapacidad de la identidad y la máscara. Para Cristian lo que antes era significarse por sus nombres ahora es
superficialidad, oscuridad del alma, incomprensión. (“Se hace cada vez más rígida y pálida tu boca / más tarde tus brutos
rasgos se harán máscara”). La resistencia del lenguaje es, para Piné, un
tira y afloja contra los engranajes del poder. Jugar con el vocabulario del
poder nos hace máscaras.
Es, sin embargo, en “Obra” donde Cristian utiliza los
mecanismos más sacramentales, y el tono más profético. Imágenes como el diluvio
universal pueden verse como un fantástico reflejo de la crisis actual. Tras el
diluvio, dice Piné, hay objetos, y no le falta razón: no hay manos, dice,
solamente cosas. Era la sílaba la
unión de todos los pedazos del diluvio, y lo es hoy el lenguaje, el único
posible portador de verdad. Porque antes de los objetos todos éramos niños
mirando hacia el misterio. (“Ahora
recuerdo cuando mis manos eran un cuenco…”).
Pero de todo esto, el ser humano tiene
mucha culpa, y carga con ella. “Castigo”
es por ello una especie de apocalipsis final, en el que el hombre se enfrenta a
su mal más temido: la soledad. (“El
caníbal no quiere dormir solo”). Y Piné nos pone delante de todos los
miedos del hombre, sin anestesia: la soledad, la muerte de los ideales, la
falta de sentido, el paso del tiempo, en un tono casi frenético, apoteósico,
delirante. (“La sílaba laceraba sus
axilas / espesas y ulceradas como cielos finales”, “le vendaron los ojos con
una estrella fósil / para no reconocerse en la estrechez del párpado”). ¿Cuál
es el castigo real entonces? La confusión del lenguaje. Es el lenguaje el que
se vuelve contra el alma del hombre.
El poemario termina con “Sarcófago”, último epígrafe en el que
Piné deja abiertas las posibles consecuencias del poder de la palabra. El
lenguaje, para todos aquéllos que aún creemos en él, puede ser un peligro, un
temblor, no, como quizás pensáramos, un arma, una herramienta de resistencia,
un lugar al que pertenecer. Pero, si el lenguaje se termina, ¿Dónde van los
conceptos? ¿Nos mata el lenguaje o lo matamos nosotros? El autor juega
audazmente con nosotros. ¿Puede el lenguaje hacernos dudar de sí mismo?
Es el lenguaje un arma de doble filo: ¿revólver
o amenaza? ¿defensa o desnudez?
p.d: Podeis encontrar el libro aquí.