Entre
los muchos poetas actuales del panorama español que me gustan, si
tuviese que nombrar algún poemario que me haya emocionado y con el
que más me he sentido identificada, uno de los primeros nombres que
pronunciaría sería el de Elena Medel.
Chatterton
(Visor, 2014), ganador además del Premio Loewe, me parece uno de los
ejemplos más reveladores de la poesía de nuestra generación.
Confieso que hasta hace relativamente poco respetaba la obra de Elena
Medel, así como su labor como editora de la Bella Varsovia, pero
nunca llamó tanto mi atención como en este último libro. Quizás
porque ilustra exactamente la realidad de muchos de los que nos
acercamos a la treintena, y que vivimos una crisis tanto de
orientación como económica y social.
Pero
el poemario de Medel no nombra la palabra crisis. No comenta la
economía, ni los noticiarios. Se trata de un poemario muy personal,
de una vivencia de este desencanto desde el intimismo más absoluto,
y es ahí donde radica esa empatía. Elena Medel no solamente se
cuestiona la llegada de la madurez desde los espacios cotidianos. Lo
hace, además, desde el punto de vista de una mujer. ¿Qué se espera
de la mujer hoy en día? ¿Qué temas literarios y artísticos han
rodeado comúnmente la figura de la mujer? Medel se encarga de
recomponer, a través de clásicos encuadres femeninos
reactualizados, una búsqueda de la identidad de la mujer de hoy y
sus circunstancias. El interés por los espacios cerrados, por los
pequeños objetos del día a día y por la lenta soledad de la
cotidianidad hacen de Chatterton
un espejo en el que mirarse para, pienso, cualquier joven, y sobre
todo, cualquier mujer de nuestra generación.
Pero
¿a través de qué temas se manifiesta esta falta de orientación,
este desencanto? Los poemas de Medel nos abren una ventana a la vida
privada de la escritora, vivencias en el ámbito laboral, la soledad
del mundo urbano, y de los interminables viajes en trenes de
cercanías, una nueva mirada a las relaciones amorosas, a los
recuerdos de infancia, a cómo debería ser el futuro (y cómo no
es), o a la construcción de la casa. Vayamos por partes.
El
mundo laboral, que se decía un sueño que iba a ser conquistado por
los jóvenes de nuestra generación, se encuentra, en el poema, como
un elemento carcelario, de opresión, donde el yo poético renace y
al mismo tiempo se deforma, se intoxica, se quema. La realidad
laboral española se plantea como una gran decepción para la autora,
un lugar vampírico, competitivo, un lugar de paso, inestable, donde
comer tupperwares
recalentados, un espacio impersonal y solitario. Sobre todo
solitario. También esos trayectos interminables en las grandes
ciudades, y los túneles laberínticos construyen el escenario de esa
soledad.
Por
otra parte, Medel nos habla de espacios interiores. De lo que existe
de puertas para dentro de la casa, lejos de la sociedad, del ruido,
del anonimato; Nos habla de la conquista, -o no- de la cama, del
amor, y sobre todo, de una misma. Podemos decir que dentro de esos
espacios interiores, Medel habla de su familia, de sus relaciones
amorosas, de sus antiguos compañeros de viaje, y de las distancias
personales en un mundo donde nada es perecedero.
Los
muros, llenos de tuberías, humedades, o las ventanas, sembradas de
hortensias, no son sino la construcción de ese refugio personal. Lo
más interesante de esta conquista es que detrás de sus escenas
cotidianas y hogareñas, encontramos una denuncia a ese sentimiento
de desposesión, de desubicación y de otredad.
En
todo este contexto, imágenes que aluden al paso del tiempo se
encuentran presentes en todo el poemario: flores muertas, frutas
podridas, tactos rugosos… Medel nos habla de la madurez,
proponiéndonos una mirada irónica y tierna hacia la edad adulta y
lo que implica crecer en el momento en que vivimos. Por eso se mira
–y los lectores nos miramos- en perspectiva. ¿Qué encontramos
entonces? Encontramos el sentimiento constante de derrota, la
precariedad, el fracaso. Pero encontramos también pequeños espacios
que habíamos olvidado, -la casa, la maceta, el rellano de la
escalera, la piel conocida. Deja atrás el pájaro adolescente para
cuidar el alféizar. Olvida las pisadas de los desconocidos para
hablar de bahías familiares.
Medel
no nos da las respuestas, pero sienta las bases para un proyecto de
reconstrucción personal frente al desencanto, habla de elaborar un
propósito de resistencia personal, abre una nueva trinchera contra
los discursos invasivos del poder y nos propone una mirada nueva y
firme hacia la realidad de una generación.
Ah,
y aquí os dejo mi poema favorito, que, por supuesto, me hizo pensar
en mi hermana:
Poema
de despedida para mi hermana:
En
cuanto a las despedidas, apenas existen gestos más allá
de
las pancartas: abrazos y lágrimas en el control de seguridad,
una
cámara para que el momento exista
tras
el regreso. ¿Tú qué prefieres? Wislawa, por favor, reza
por
ella. De pequeña te confundían con un niño
pero
por el pelo corto y la sangre en las rodillas. Tienes una cicatriz
en
el labio superior
porque
te caíste al servirnos la merienda
al
crecer te cambiaron el nombre:
alguien
te llamó Pentecostés. Todas las
lenguas
las
conoces tan sabia como un dios.
Bestia
del norte, ahora vivirás a ciento ochenta grados:
cuando
yo actúe,
tú
en mi oposición. Del dolor –tú también, Celan, reza
por
ella-,
aquí
no nos encontraremos: finge que todo marcha bien.
También
yo fingiría
que
todo marcha bien. Podría aconsejarte. De pequeña
te
confundían con un animal porque golpeabas con furia
y
después rumiabas estiércol y perdón. Tienes aún el deje
de
quien hace
y
luego piensa. Al crecer te dejaste la melena larguísima.
quién
te imaginara
en
aquellos días salvajes como ahora quién
te
imaginaría
en
aquellos días salvajes como un dios.
Voy
a velar tus libros y tu ropa; voy a velar desde mi adolescencia
para
que no te ocurra lo que a mí. ¿Tú qué prefieres
guardar
en la maleta? He recogido los zapatos, he tocado
su
suela
demasiado
fina. El dolor, te lo recuerdo: representa
bien.
Sé cómo se hace. De pequeña te confundían con una
de
esas fábricas
que
encadenan turnos y humo. Tus ojos
azules
encendidos. Como un niño que sangra y como un
animal
que muerde: así te exigen otros
así
te exigen inmisericorde como un dios.
Quizás
algún día desconozas esta lengua.
Por
si acaso, buen Yeats, por favor, reza con ella.