Miro la vida desde fuera. Contemplo desde una distancia prudencial, tal vez premeditada pero no recuerdo de cuándo data la vista. Existe una longitud, una fosa que me separa de las cosas, como un filtro de impresiones, una especie de celulosa que destila la emoción hasta perfilar sus contornos. Mis pupilas son las de un felino, y miro el líquido perfecto, la gota minúscula de ese alfiler, esa impresión precisa que transformo en palabra. Pero toma su tiempo. Calculo la longitud entre mi cuerpo y el mundo, pero también nado en la piscina-mundo, aunque dejando ahora el pelaje a secar al calor. Aún así, el olfato, la vista, los sentidos se me han ido afinando poco a poco. Hay también momentos en los que el filtro tiembla, es cada vez más fino, la distancia se estrecha y el ojo se desenfoca. Soy animal detrás del verdor, contemplando el miedo, las presas, la paz, el peligro, la suciedad, la ternura. Y aquí me quedo.