viernes, 13 de febrero de 2015

Algunas notas sobre"Documentum", Casablanca, París y el día en que conocí a Sara Herrera Peralta.



Este post debería de haberlo escrito ya hace al menos un mes y medio, pero lo he ido postergando por una razón: nunca se me acaban de ocurrir las cosas que debo decir con respecto a Sara. 
Descubrí su existencia hace un par de años, cuando me dio por buscar poetas españoles jóvenes fuera de España. Fue entonces como, después de deambular por internet, topé con Sara Herrera Peralta (Jerez de la Frontera, 1981), que, por aquel entonces, vivía en Londres. 
El primer poema que leí en su blog me impactó, era el poema que yo hubiese querido escribir en ese momento, pero no tenía las palabras, el valor, la franqueza. Aquél poema es éste:

¿Por qué te vas tan lejos?,
me preguntó la abuela.
Tengo que trabajar, le dije.

Nosotros también nos fuimos,
igual que nuestros hermanos:
ellos no volvieron.

Te vas tan joven y sola, decía,
serás extranjera.
Y señaló el mapa.

¿Por qué te vas tan lejos?,
repetía, con lo bien que estabas
aquí -coche, hipoteca, préstamo-.

Voy a buscar una vida grande, abuela.
Y la abuela me miró a los ojos,
acariciando mi cara con sus manos:

que el viaje no sea duro,
que el país sea una casa,
que los amigos te duren para siempre.



(de Hay una araña en mi clavícula). 

Descubrí algunos otros poemas suyos en el blog y en algunas revistas y me gustaron mucho, así que encargué todos los libros que pude a mis libreros de Madrid, para traerme un buen cargamento. La mala noticia fue que muchos de sus libros eran bastante difíciles de conseguir, así que logré hacerme con alguno, y algún otro lo conseguí comprar por internet (La selva en que caí, Hay una araña en mi clavícula, Mamá era Ilsa Lund al principio de todo). 
Sara era distinta a todo lo que había leído hasta el momento. Decía exactamente lo que yo quería decir, y expresaba exactamente lo que yo quería escuchar. Su poesía, franca, sencilla, sin florituras, en ocasiones cruda pero elegante a la vez, hablaba de todo aquéllo que me preocupaba: las ligazones familiares, la relación con el espacio -los paisajes soñados, los paisajes reales, los paisajes interiores-, la cotidianidad, el viaje, la memoria. Se erigía como una especie de resistencia ante la velocidad, la frivolidad y el olvido. Lo suyo era una concepción del tiempo distinta y consciente, en la que cada verso se medía por segundos, por compases, por pisadas. 

Pronto comencé a seguirla por todas las plataformas internautas en las que la encontré para comprobar que es una de estas extraordinarias personas que viven escribiendo poemas las veinticuatro horas del día. 

Entonces, me convertí en una groopie de sus publicaciones, y pronto supe que se iba a instalar en París, así que, nerviosa, la escribí para conocernos en persona cuando en diciembre planeaba pasar allí un fin de semana. Dio la casualidad de que teníamos amigos en común (fue el mismo fin de semana que conocí a Paola, otro gran descubrimiento), y ella aceptó. Nos vimos en un café en Saint Germain de Près. Hablamos de todo un poco, de París, -cómo no-, del frío, del trabajo. Quise decirle cuánto admiraba todo lo que hacía, pero solamente atisbé a confesarle la ilusión que me hacía conocerla. No pude quedarme mucho tiempo, pero salimos a la terraza y me habló brevemente de París y de Londres. Nos despedimos pronto, pero antes me regaló los libros que me faltaban, los que no había logrado encontrar. Dijimos de vernos antes de mi vuelta, pero no tuvimos tiempo.

Para entonces, yo estaba leyendo su último libro, publicado en Ediciones Torremozas. "Documentum" es un manifiesto para vivir. En él, Sara intenta definir el hogar, las decisiones, las heridas, para definirse a sí misma, y edificar su propio muro, su propia verdad.
"Documentum" es una suerte de afirmación, sincera y sin presunciones, en la que la geografía, la feminidad, la memoria, la cotidianidad, la muerte o la decepción se presentan como actores fundamentales de este presente.  Mientras que en Mamá era Ilsa Lund al principio de todo los paisajes jugaban con un imaginario escenográfico y cinematográfico, en Documentum las imágenes pertenecen a un imaginario de paisajes interiores. 

La poesía de Sara es una muralla inspirada en las sombras de las hermanas, las madres, las abuelas, las mujeres; Virginia Woolf, Louise Bourgeois, Ilsa Lund, Wislawa Szymborska. El muro se construye de una materia de cotidianidad tierna y agridulce: la familia, la genealogía se nos presenta siempre como un pilar sobre el que se apoya la existencia de la poeta, pero además la soledad, el abandono y la ternura, y dentro de esta rutina, la puñalada la lleva la palabra. (Yo guardo mis lamentos / como quien construye toda una vida / en la memoria). Y dentro de esta cotidianidad, también la muerte. La muerte como herida y la enfermedad se presentan como partes de esa memoria, de esa resistencia. Es por ello que, escribiendo la memoria llega busca una identidad y una fuerza, y "Documentum" es este impulso. (Desde entonces soy una pobre mujer coja, / pero tengo la fuerza de las bestias: / sé cómo se cae y cómo una se levanta, / y tengo la sangre negra). En contra de un espídico y olvidadizo mundo, Sara nos propone la calma y sabiduría de la Historia, materializada en el hogar. Construirse es también la sangre, su pulmón lo componen los seres queridos, su espina dorsal es la familia.

También la geografía forma parte de esta búsqueda: un punto de encuentro entre lo emocional y lo corporal son las ciudades, los espacios reconocibles en el mapa, el desarraigo integrado como una pieza más del puzle de la existencia. 

Por eso, y a través de eso, y a pesar de todo eso, Sara nos propone un optimismo frente a la tristeza: y por eso es necesaria su poesía, porque construye una fuerza a través de todo en lo que aún puede creerse: la familia, la memoria, las mujeres, la cotidianidad, la palabra, la honestidad, la alegría; Por eso su literatura es imprescindible en nuestra biblioteca; porque resistir es sonreír, la felicidad es un reto, una reacción, una venganza ante la desilusión, una esperanza ante la precariedad y la incertidumbre del futuro. Una alabanza tímida y elegante, pero firme, a la vida.

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