jueves, 21 de mayo de 2015

A veces hago collâges.

Nunca he sido una persona demasiado constante ni extraordinariamente habilidosa para las cosas manuales. Soy demasiado despistada, y, aunque durante algún tiempo y gracias a mi familia he pintado y dibujado, el trabajo manual que mejor se me da no es precisamente el de la pintura, sino más bien la cocina.

Sin embargo hay una técnica que siempre ha llamado mi atención por varias razones: se trata de el collâge. 

Recuerdo cuando de peques empezamos en Plástica a hacer collâges. Al principio me pareció una cosa bastante simplona y aburrida, pero cuando empecé a experimentar descubrí un ejercicio lleno de posibilidades. Después, como pasa habitualmente cuando creces, lo olvidé. Pero hace algunos años, empecé a experimentar con recortes de prensa, esta vez para enfocar sus resultados hacia mi interés por la escritura. El ejercicio, algo rudo y básico, quedó limitado a la escritura y las cartulinas de colores, pero me abrió las puertas a toda la cantidad de posibilidades que se nos ofrecen con unas tijeras y algunas revistas viejas. 

Desde hace algunos meses ando buscando otros modos de expresión. No para dejar de lado la poesía, sino para complementarla, enriquecerla, entremezclarla. Utilizar otras opciones, imagen, sonido, publicidad, ruido, etcétera, y uno de los ejercicios que he empezado a retomar ha sido el del collâge, esta vez más interesado en alternar imagen y palabra. Por ahora os dejo aquí algunos poemas-collâge, si se les puede llamar así, que hice hace algún tiempo. Espero que os gusten.




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