Estos dos versos de Leopoldo María Panero me obsesionaron durante algunos años, y con ellos encabecé el primer poema de mi poemario "Ser Pájaro" en La Escombrera, hace tres años. También otros muchos, subrayados y pegados por algunos de los rincones de mi habitación,-a modo teenager-, me acompañaron desde el principio de mi adolescencia, y nunca me fueron indiferentes.
Todo empezó cuando tenía unos quince años, y se pusieron algo de moda unas plataformas anteriores al blog, llamadas "journal". Era el momento de pleno apogeo de Messenger, mi habitación estaba cubierta de letras de canciones de Extremoduro, Platero y Tú, Marea o Marilyn Manson, y había conseguido, quizás por azar, quizás a través de algunos amigos que me habían puesto en contacto con otros amigos, escribirme con unas pocas personas interesadas por la escritura y por la poesía. Mi pseudónimo por aquél entonces era "marea1986", y me escribía con un chico algo mayor que yo, que tenía un Livejournal, y que comenzó a hablarme de Leopoldo María Panero.
Pasé del odio al amor, de la incomprensión al miedo leyendo toda su obra poética -ah, y también me enamoré secreta y platónicamente de ese chico que leía a Panero-. Sus poemas hablaba de sexo, de muerte, de renacimiento, de amor, de odio, de drogas, de desencanto, de violencia, de alucinaciones, y yo apenas conocía nada de todo eso, y a la vez me maravillaba y me aterraba cada verso suyo, aunque no pudiese parar de leerlo, como si fuese una especie de revelación hacia algo que yo aún no sabía, una puerta a alguna parte. Panero aludía a imágenes prerrafaelitas, a poetas románticos ingleses, al punk, al sexo y a la absenta. También hablaba de religión, o de aquél interés romántico por lo desconocido, sus provocaciones a la Iglesia, sus imágenes de infancia, su sarcasmo y su mirada hundida y ojerosa me horrorizaron y atrajeron hasta leer todas sus obras poéticas completas con el paso del tiempo, citarle en algunos de mis trabajos de investigación en la universidad, y finalmente, hace un par de años, correr a la Feria del Libro de Madrid a que me firmara su poesía completa, editada por Túa Blesa en Visor. Apenas hablaba, miraba hacia no se sabía dónde, y su editor le acompañaba indicándole todo aquello que debía hacer, vaciando cada media hora un cenicero lleno de colillas que había dejado a su lado y sirviéndole un vaso de agua de vez en cuando.
He seguido citándole hasta hace bien poco, y releyendo sus poemas con esa mezcla entre terror e hipnotismo, tristeza, desconcierto y ternura, pues creo que ningún otro poeta puede ilustrar mi adolescencia mejor que él, y que, sin sus poemas, esto quizás fuese otra historia.
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