Si
tuviese que describir en una palabra lo que me ha provocado la lectura de “La
Trabajadora”, de Elvira Navarro (Mondadori), diría: empatía. Y por qué, pues en resumidas cuentas, porque se trata de un
retrato de la inestabilidad, el vacío y la precariedad de la juventud actual,
así como su consecuencia o propuesta ante esta situación: la locura, ya sea
voluntaria o involuntaria, desde la que construir, si no una identidad, ni
tampoco un camino, sí un refugio.
Desde
la poética, -y sí, digo poética por todo lo que rodea a la obra: un cuidadísimo
lenguaje, una detallada y perfecta ambientación de las afueras de Madrid, y
muchos pequeños y refinados detalles,- Navarro describe ese desamparo de la
vida actual, donde en ocasiones solamente algunos atisbos de la amistad, de
humanidad y de ternura son salvables, pero donde, generalmente, el individuo se
construye la inestabilidad, en el continuo tránsito, en la soledad.
La
protagonista –y todos los personajes, de hecho- son jóvenes, y tienen en común
unas condiciones precarias de vida, una situación laboral vergonzosa y ningún
atisbo de futuro. Y esa precariedad es la que conduce a la patología, a la
enfermedad, al desencanto, a la locura. La protagonista construye su propia
identidad en el tránsito de los barrios de la periferia sur de Madrid –otro motivo
por el que recomendar el libro a cualquier madrileño que esté lejos de casa,
por cierto- donde el paisaje se convierte en el testimonio de la historia
reciente de un país, y donde la crisis –crisis económica, de valores,
espiritual, emocional…- es un tamiz tupido y constante en el panorama de la novela. Navarro habla de la identidad en el intersicio, de construirse en el no-lugar.
Me
he hecho muchas preguntas a lo largo de esta lectura: ¿debemos, por tanto, los
jóvenes –y no tan jóvenes- que vivimos una situación laboral, económica y
emocional precaria reconstruir nuestra propia identidad desde la enfermedad,
desde la herida, desde la locura? Si no desde la apatía, pienso que si no es
desde la herida, no hay otra manera posible de inventarnos.
Por
eso, por su poética, por su temática devastadoramente actual y cotidiana, por
su actitud, por su testimonio y su periferia es por lo que considero que “La
Trabajadora” es una novela necesaria, actual, testimonial de nuestros días, y de lectura obligada para cualquier
lector.
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