No conozco el nombre de este viento. Hay una niebla cálida, una llovizna al otro lado del montículo de ladrillos del barrio en el que ya no vivo. Estoy lejos, y callo. Me vivo en conversaciones telefónicas. La palabra no es belleza, sino grito. Mi voz cambia, se apaga. Ordeno mis papeles, invento recortables de Madrid.
Un día compraré todos los diccionarios, escribiré un palíndromo. Abandonaré la higuera y el paisaje japonés. No callaré.
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