Me
miraba la gárgola-león de la ciudad, decía
que
la muerte no era un barrio tranquilo,
calmaba
mi ansiedad de muchedumbre
el
agua de la fuente.
Me
advirtieron las ranas del estanque
de
la soledad de periferia, de que el deseo de huir
nunca
cesaría,
ni la repetición obscena
de la seca mirada hacia el hogar;
El
desamparo estaba en islas interiores
e
infectaba los cuerpos
desde
sus más secretas maquinarias.
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