Algo late debajo de su cuerpo;
como el monte que lleva tras de sí
las huellas del ancestro.
El hijo de la montaña entiende
la lengua de los árboles,
escucha redimido la hojarasca
mojada de la noche.
Ahijado irremediable de la tierra
rehúye desde el miedo
las luces de neón
de la ciudad que habito.
Hay algo de salvaje en su mirada mansa
de hijo de cazadores.
Hizo una vez un pacto con la lluvia y sabe
que, si dios existiese, sería en el abrazo:
sus manos-ciervo aman
desde la certitud del solitario.
Y así,
en el espejo blando de su boca
y la ruda firmeza de sus dedos
canalizan las lágrimas del tigre último;
No sabe que es capaz
de derribar los muros
hipócritas del miedo
entreabriendo los labios.
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