miércoles, 16 de julio de 2014

Una lectura de Chatterton, de Elena Medel.




Entre los muchos poetas actuales del panorama español que me gustan, si tuviese que nombrar algún poemario que me haya emocionado y con el que más me he sentido identificada, uno de los primeros nombres que pronunciaría sería el de Elena Medel.

Chatterton (Visor, 2014), ganador además del Premio Loewe, me parece uno de los ejemplos más reveladores de la poesía de nuestra generación. Confieso que hasta hace relativamente poco respetaba la obra de Elena Medel, así como su labor como editora de la Bella Varsovia, pero nunca llamó tanto mi atención como en este último libro. Quizás porque ilustra exactamente la realidad de muchos de los que nos acercamos a la treintena, y que vivimos una crisis tanto de orientación como económica y social.

Pero el poemario de Medel no nombra la palabra crisis. No comenta la economía, ni los noticiarios. Se trata de un poemario muy personal, de una vivencia de este desencanto desde el intimismo más absoluto, y es ahí donde radica esa empatía. Elena Medel no solamente se cuestiona la llegada de la madurez desde los espacios cotidianos. Lo hace, además, desde el punto de vista de una mujer. ¿Qué se espera de la mujer hoy en día? ¿Qué temas literarios y artísticos han rodeado comúnmente la figura de la mujer? Medel se encarga de recomponer, a través de clásicos encuadres femeninos reactualizados, una búsqueda de la identidad de la mujer de hoy y sus circunstancias. El interés por los espacios cerrados, por los pequeños objetos del día a día y por la lenta soledad de la cotidianidad hacen de Chatterton un espejo en el que mirarse para, pienso, cualquier joven, y sobre todo, cualquier mujer de nuestra generación.

Pero ¿a través de qué temas se manifiesta esta falta de orientación, este desencanto? Los poemas de Medel nos abren una ventana a la vida privada de la escritora, vivencias en el ámbito laboral, la soledad del mundo urbano, y de los interminables viajes en trenes de cercanías, una nueva mirada a las relaciones amorosas, a los recuerdos de infancia, a cómo debería ser el futuro (y cómo no es), o a la construcción de la casa. Vayamos por partes.

El mundo laboral, que se decía un sueño que iba a ser conquistado por los jóvenes de nuestra generación, se encuentra, en el poema, como un elemento carcelario, de opresión, donde el yo poético renace y al mismo tiempo se deforma, se intoxica, se quema. La realidad laboral española se plantea como una gran decepción para la autora, un lugar vampírico, competitivo, un lugar de paso, inestable, donde comer tupperwares recalentados, un espacio impersonal y solitario. Sobre todo solitario. También esos trayectos interminables en las grandes ciudades, y los túneles laberínticos construyen el escenario de esa soledad.

Por otra parte, Medel nos habla de espacios interiores. De lo que existe de puertas para dentro de la casa, lejos de la sociedad, del ruido, del anonimato; Nos habla de la conquista, -o no- de la cama, del amor, y sobre todo, de una misma. Podemos decir que dentro de esos espacios interiores, Medel habla de su familia, de sus relaciones amorosas, de sus antiguos compañeros de viaje, y de las distancias personales en un mundo donde nada es perecedero.
Los muros, llenos de tuberías, humedades, o las ventanas, sembradas de hortensias, no son sino la construcción de ese refugio personal. Lo más interesante de esta conquista es que detrás de sus escenas cotidianas y hogareñas, encontramos una denuncia a ese sentimiento de desposesión, de desubicación y de otredad.

En todo este contexto, imágenes que aluden al paso del tiempo se encuentran presentes en todo el poemario: flores muertas, frutas podridas, tactos rugosos… Medel nos habla de la madurez, proponiéndonos una mirada irónica y tierna hacia la edad adulta y lo que implica crecer en el momento en que vivimos. Por eso se mira –y los lectores nos miramos- en perspectiva. ¿Qué encontramos entonces? Encontramos el sentimiento constante de derrota, la precariedad, el fracaso. Pero encontramos también pequeños espacios que habíamos olvidado, -la casa, la maceta, el rellano de la escalera, la piel conocida. Deja atrás el pájaro adolescente para cuidar el alféizar. Olvida las pisadas de los desconocidos para hablar de bahías familiares.

Medel no nos da las respuestas, pero sienta las bases para un proyecto de reconstrucción personal frente al desencanto, habla de elaborar un propósito de resistencia personal, abre una nueva trinchera contra los discursos invasivos del poder y nos propone una mirada nueva y firme hacia la realidad de una generación.

Ah, y aquí os dejo mi poema favorito, que, por supuesto, me hizo pensar en mi hermana:


Poema de despedida para mi hermana:

En cuanto a las despedidas, apenas existen gestos más allá
de las pancartas: abrazos y lágrimas en el control de seguridad,
una cámara para que el momento exista
tras el regreso. ¿Tú qué prefieres? Wislawa, por favor, reza
por ella. De pequeña te confundían con un niño
pero por el pelo corto y la sangre en las rodillas. Tienes una cicatriz
en el labio superior
porque te caíste al servirnos la merienda
al crecer te cambiaron el nombre:

alguien te llamó Pentecostés. Todas las lenguas
las conoces tan sabia como un dios.

Bestia del norte, ahora vivirás a ciento ochenta grados:
cuando yo actúe,
tú en mi oposición. Del dolor –tú también, Celan, reza
por ella-,
aquí no nos encontraremos: finge que todo marcha bien.

También yo fingiría
que todo marcha bien. Podría aconsejarte. De pequeña
te confundían con un animal porque golpeabas con furia
y después rumiabas estiércol y perdón. Tienes aún el deje
de quien hace
y luego piensa. Al crecer te dejaste la melena larguísima.
quién te imaginara
en aquellos días salvajes como ahora quién
te imaginaría
en aquellos días salvajes como un dios.

Voy a velar tus libros y tu ropa; voy a velar desde mi adolescencia
para que no te ocurra lo que a mí. ¿Tú qué prefieres
guardar en la maleta? He recogido los zapatos, he tocado
su suela
demasiado fina. El dolor, te lo recuerdo: representa
bien. Sé cómo se hace. De pequeña te confundían con una
de esas fábricas
que encadenan turnos y humo. Tus ojos
azules encendidos. Como un niño que sangra y como un
animal que muerde: así te exigen otros
así te exigen inmisericorde como un dios.

Quizás algún día desconozas esta lengua.
Por si acaso, buen Yeats, por favor, reza con ella.


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