El tiempo pasó despacio, casi lápida, bochornoso. Aprendí, aprendí mucho, esperé un porvenir que nunca vino. Me despedí de él, desde la bilis del odio, como si me arrancaran el estómago. Intenté olvidar esa ciudad. Dejé de buscar. Dije adiós a algunas cosas, otras terminaron siendo un lastre y costó mucho terminarlas, pero lo conseguí.
Desanduve, me desencanté de lo que fueron mis mayores pasiones, me rendí, me sentí vacía.
Pero también hubo alas, y hubo muchos logros. Disfruté de la poesía, y la profeticé como manera de vivir, tal vez un año más, tal vez más que cualquier año. La actividad poética se confundió con la actividad de la vida, si es que alguna vez no fueron la misma cosa.
Crucé el charco, visité la ciudad que nunca duerme, paseé mucho. Amé mucho a quien merece la pena, compartí muchos cafés, visité algunos amigos, menos de los que hubiese querido, más de los que esperaba poder visitar. Conocí gente muy especial, perdí una hermana que se fue, gané una hermana que volvió.
Creí en que un encuentro casual es la cosa menos casual que existe, descreí, desconfié de las oportunidades, unas cuantas llegaron, otras no sé si las tuve, algunas no sé si las perdí.